Una habitación de menos de 10 metros cuadrados, sin ventanas, donde se paga extra por la toalla, el jaboncito o la tele, ¿es una ganga o una tortura? Pues depende. Del precio, claro, pero también del uso que se le vaya a dar, de la corpulencia del cliente y, sobre todo, de sus expectativas. Hubo un tiempo en el que un billete de avión incluía un ordenado mundo de atenciones: zumito, cacahuetes, toalla caliente, incluso una copa gratis o una litúrgica bandeja con comida traída por una sonriente azafata de moño perfecto. Ningún pasajero espera ahora nada de eso cuando vuela a Londres por menos de 100 euros. / Este interesante reportaje se puede leer en www.elpais.com.